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Ravachol

7 abril, 2012
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En semanas como esta de 1892 se produjeron en París las primeras aventuras del anarquista Ravachol (1859-1892). Ignacio Ramonet y un servidor evocamos la figura de este rebelde pertinaz.

Figura emblemática del anarquismo, Ravachol nació en Saint-Chamond; según cuenta en sus Memorias, su padre abandonó a madre, mujer y cuatro hijos, cuando el último apenas llegaba a los tres meses. Desde los ocho años le toca alimentar a la prole, alquilando su cuerpo para toda suerte de labores. Encima, por si fueran pocos, un hijo del amor que trae su hermana agrava la miseria familiar.

Consigue ocupaciones que no le dan para tantas bocas. Se pone de tinturero y actúa de acordeonista en los bailes parroquiales de Saint-Étienne, sin por ello ofrecer a su parentela una existencia digna.

Como no lograra saciar el hambre de todos con las fusas y el serrucho, no ve más solución que cometer alguna ratería, tan pequeña que hubo de aumentar los ingresos con el contrabando, la falsificación de moneda y al fin robo y atracos. Dice Louis Aragon que “era un músico mediocre, compositor de muy malas canciones sociales: en cambio, no tenía competidor en el manejo de la dinamita”.

A los dieciocho años descubre El judío errante, cuya lectura lo aleja para siempre de la religión y empieza a frecuentar reuniones colectivistas y libertarias.

Tras salir de la cárcel, un grafólogo se encarga de esbozar su retrato. Nota carencia de orgullo  y vanidad, rectitud y honradez. “Los trazos de la mano indican ausencia de astucia y disimulo; la firma sin rúbrica llaneza y falta de penetración. Es normal que siga fácilmente las ideas anarquistas y se lance como un ariete contra un baluarte.

De lo único que le podían acusar cuando empezaron a hostigarlo era de la muerte de un eremita ; su abogado arguyó que Ravachol había entrado en la gruta del avaro cuando esperaba encontrarla vacía.  Ante la sorpresa, lo amordazó para que no gritara y se conoce que se le fue la mano.

Por le demás, sus delitos no pasaban de ser conatos lamentables engrandecidos por las autoridades para justificar la represión contra la epidemia terrorista que se abatió sobre Francia a partir de 1892. En los primeros meses estallaron varios artefactos, en particular el que destruyó el edificio del 136 bulevar Saint-Germain; atentado grave por los daños que causó (unos 40 000 F) y sobre todo por su objetivo, monsieur Benoît, presidente el año anterior del proceso de los anarquistas de Clichy. La explosión – escribió La Révolte – rehabilita la pólvora que se había echado de menos en los atentados anteriores.

Ya habréis adivinado que el autor de este atentado fue Ravachol, y que no se contentaría con tan poca cosa : el 13 de marzo monta una expedición contra el domicilio del fiscal Bulot, quien pidiera la pena capital contra los anarquistas. El bombazo explota el día 27 y resulta mucho más devastador que el primero (120 000 francos), aunque también sin víctimas mortales.

A renglón seguido estalla otra carga en un cuartel, lo cual ya son palabras mayores e inquietantes para el gobierno. La policía solicita la colaboración de la prensa y le entrega una ficha en la que se resalta la cicatriz de Ravachol en una mano.[1] El mismo día del atentado de Clichy, tuvo la desdichada idea de ir a cenar al restaurante Véry del bulevar Magenta, donde por la herida lo reconoció un camarero y lo denuncia.

Ravachol comparece ante el tribunal el 26 de abril. Cuando se inicia el proceso, el palacio de Justicia parecía un fuerte de Vauvin, ni que lo fueran a asaltar los ostrogodos, tal era el número de gendarmes que lo protegían. Y es que la víspera saltara en añicos el restaurante Véry cuyo mesero había denunciado a Ravachol. La bomba se llevó por delante a un cliente. El periódico satírico Père Peinard [2] consideró este acto como una veryficación.

Los debates discurrieron con tranquilidad. Ravachol asumió todas las responsabilidades de los actos que le imputaban; según él, los otros acusados eran simples comparsas. Nadie testimonió en su contra; todos lo describieron como un dulce insatisfecho de la sociedad, desbordante de sentimientos humanitarios, aunque muy capaz de ejercer una venganza implacable contra los causantes de la pobreza.

No lo condenaron a muerte, como se temía: a él y a su principal compinche les metieron trabajos forzados y los tres otros acusados salieron limpios de polvo y paja.
El juicio de París no era sino un prólogo; en un segundo proceso le achacan las muertes de un rentista y su criada ; de Jacques Brunet,  de Madame Marcon y su hija, crímenes que él niega con determinación.

Los que asistieron a su juicio concuerdan en que Ravachol mantuvo una compostura inusitada. El comisario encargado de su vigilancia lo describe “impasible en todas las sesiones a las que le sometió el presidente; solamente se le vio pestañear cuando tuvo que mentir para proteger a sus cómplices. Admitió los delitos que se le achacaban, sin jactancia y sin dudar. Su actitud fue siempre correcta, su lenguaje comedido, y de todos los que lo rodeaban cuando se leyó la sentencia de muerte, parecía el menos afectado.

La ejecución se comete el 11 de julio de 1892 en Montbrison. Ravachol trata con displicencia al confesor y rechaza sus servicios[3]. Cerca de la guillotina entona la canción del Père Duchesne[4]. Dispone el cuello en el cadalso, sigue cantando cuando silba la hoja y corta « Viva la re... » por la mitad. Algunos pensaron que hubiera terminado por «…pública ». Otros creían que “…volución” sería más acorde con sus ideas.
Sea lo que fuere, L’Almanach du Père Peinard publicó en su honor un himno que cantaron niños y mayores:

Dansons la Ravachole, vive le son, vive le son / Dansons la Ravachole, vive le son
D’l’explosion !

Para el pueblo en general, el verdadero culpable fue el mesero del restaurante Very. Los clientes dejan de serlo y le cierran las puertas de sus casas. Se evita su compañía por traidor; réprobo que inspira más desconfianza que el propio Ravachol, se le deja en el arroyo y a merced de las bombas anarquistas.

Abandonado y medroso, va de puerta en puerta, como el Valjean de Víctor Hugo, sin que nadie le ofrezca hospitalidad; decide, en fin, alejarse de allí, ponerse al socaire en cualquier país lejano, abandonar cuanto ama y admira, pero el gobierno no puede atenderlo con la premura necesaria: hay que formar expediente y analizar la justificación de su miedo.

Mientras tanto, Ravachol se convierte en un ícono de la revuelta, prolongándose su memoria en numerosas canciones y textos del movimiento anarquista.

Los intelectuales no escatiman elogios. Octave Mirbeau en “Apología de Ravachol” anota: “Me repugna el derramamiento de sangre, el sufrimiento y la muerte. Amo la vida, y toda vida es para mi sagrada. Esta es la causa par la que encuentro en el anarquismo lo que ninguna forma de gobierno puede dar: amor, belleza y paz entre los hombres. Ravachol no me mete miedo alguno. Es un fenómeno de transición, como el temor que inspira. Eli­sée Reclus*, declara: « Pocos hombres conozco que le ganaran en generosidad.» En el Art social, Museux profetiza un homenaje en París en 1992, primer centenario de su martirio. Según Paul Adam, Ravachol es « el renovador del Sacrificio esencial» y decreta: « El asesinato legal de Ravachol da comienzo a una era». En fin, Víctor Barrucand[5], en L’En Dehors, esboza una semejanza entre Cristo y el dinamitero.

A lire : Robert Le Texier, De Ravachol à La Bande À Bonnot.  Ed. France-Empire.
Jean Maitron, Le mouvement anarchiste en France, n° I des origines à 1914, François Maspero édit.


[1]           Voici le signalement de Ravachol établi par la police : « Taille 1 m 66, envergure 1 m 78, maigre, cheveux et sourcils châtains foncés, barbe châtain  foncé, teint jaunâtre,  visage osseux, nez assez long, figure  allongée, front bombé et assez large, aspect maladif. Signes particuliers : cicatrice ronde à la main gauche, au bas de l’index, près du pouce ; deux grains de beauté sur le corps : un sur la poitrine gauche, un sous l’épaule gauche. »

[2]              Hebdom adaire anarchiste fondé en 1889. A travers ses articles au ton populaire, il distillait des attaques en règle contre le système politique et économique de l’époque. Les thèmes abordés étaient aussi variés que l’action directe, l’antimilitarisme, l’Anticléricalisme, la dénonciation de la répression et tout autre critiques de la «bourgeoisie» et des «exploiteurs».

 

[3] « Je m’en fous de votre Christ. Ne me le montrez pas ; je lui cracherai dessus. » (D’après H. varennes, De Ravachol à Caserio, p. 47.)

 

[4] Le père Duchesne, puis Le père Duchêne, est un quotidien français disparu, publié d’abord durant la Révolution française, puis au XIXe siècle au moment de la Commune.

                Si  tu   veux  être  heureux,

                Nom  de  Dieu !

                Pends ton propriétaire, Coup’ les curés en deux,

                Nom de Dieu I Fous les églis’ par terre,

                Sang-Dieu ! Et l’bon dieu dans la m…,

                Nom de Dieu ! Et l’bon dieu dans la m

[5]              Personnalité attachante du monde des lettres. Humaniste teinté d’anarchisme, il a vécu une bonne partie de sa vie en Algérie, où il prend part à la vie culturelle et politique en devenant journaliste.

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