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Durruti y Ascaso: La justicia de los errantes

29 May, 2012

La Justicia de los Errantes, novela de Jorge Díaz
Plaza y Janés, marzo 2012. 19,80 euros

Recién regresada de Cuba, mi abuela Dolores evocaba sin parar a los anarquistas Durruti y Ascaso; había militado en La Habana con Los Independientes de Color, y en 1924 estos la pusieron de chaperona al dúo “Los errantes”, que efectuaba un viaje por Hispanoamérica asaltando bancos para recabar fondos destinados a la causa.

Tendrían unos veintiocho años y se pasaban la vida hablando de la revolución. Durruti era humano, generoso y sentimental. Su rasgo dominante era la nobleza, por encima de su pasión por el riesgo. Los acompañé a casa de Jacinto Albicoco,  un anarco evolucionista, si existe tal militancia. Los recibió con afecto y los instaló en su casa. Yo los guiaba por la ciudad, pues ya conocía los lugares que debíamos evitar para que la policía no nos viese.

Primo de Rivera los había expulsado por un atentado contra Alfonso XIII que no habían cometido. Su destino final era Argentina y llegaron a Cuba desde Nueva York con pasaportes falsos. Traían algunas direcciones, entre ellas la de Santiago Iglesias.

Este sindicalista había organizado las huelgas en la Compañía Arrendataria de Consumos de La Coruña. El capitán General de Galicia, Sánchez Bregua, ordenó que salieran las tropas a la calle. Iglesias se fugó a Cuba y trabajó en una compañía de vapores, lo que le permitía ir de puerto en puerto montando sindicatos. Cuando terminó de viajar por mar siguió por tierra en la fábrica de conservas “La Constancia”; al fin entró como rapsoda en “Partagás”, “Corona” y otros ingenios. A los empleados les leía “El único y su propiedad” de Max Stirner y el “Derecho a la pereza” de Paul Lafargue, hasta que los amos se dieron cuenta y lo echaron.

Pronto Ascaso y Durruti empezaron a ser populares en los medios represivos. El peligro se hacía inminente. Para no caer en manos de la policía decidieron desaparecer de la capital y venga otra vez designada yo para camuflarlos en la isla.

A los pocos días ambos se enrolaron de macheteros en una hacienda. Mi abuelita hacía de mujer de Ascaso ¡qué vida! A los pocos días de trabajar estalló una huelga. Alentados por Durruti y Ascaso, todos pararon el corte. El amo designó tres al azar y mandó que los apalearan hasta que cayeran muertos.

Cabizbajos, entre caña y caña, Durruti y Ascaso cambiaron impresiones con un cortador cubano. A la mañana siguiente se encontró muerto al propietario con un escrito en un machete: “La justicia de Los Errantes.
Explica Ilya Ehrenburg  que «la vida de Durruti es imposible de narrar; se parece demasiado a una novela de aventuras”. A ello se atrevió Jorge Díaz. Relatando la vida americana que emprendieron estos dos personajes «completamente honestos», consiguió una excelente novela de episodios asombrosos, himno a la amistad y a la justicia.

Ramón Chao. Le Monde Diplomatique, número 199, Mayo 2012.

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